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Prof. Dr. Werner Gitt

¿Cómo puedo ir al cielo?

Die grundlegende Frage, die suchende Menschen sich stellen, wird hier von Prof. Dr. Werner Gitt beantwortet. "Wie findet man den Himmel?" Auf jeden Fall nicht durch eigene Anstrengungen oder Konzepte. "Was aber bringt uns wirklich in den Himmel?" Gott hat die Einladungen für den Himmel schon verteilt wie im Gleichnis des Menschen, der zu einem großen Fest Einladungen verschickte. Doch viele Menschen redeten sich heraus.

Prof. Dr. Gitt ruft dazu auf, nicht so "kurzsichtig" wie diese Leute zu sein. Jesus will uns vor der Hölle erretten und diese wird kein Vergleich zu der sogenannten "Hölle von Auschwitz" sein. Er hat am Kreuz für unsere Schuld bezahlt, wir müssen diese Einladung nur annehmen, dann ist ein Platz im Himmel "gebucht". Ein Entscheidungsgebet soll den Lesern dabei helfen.

Dieses Traktat eignet sich besonders gut zur Weitergabe an suchende Menschen!

8 Seiten, Best.-Nr. 120-22, Kosten- und Verteilhinweise | Eindruck einer Kontaktadresse


¿Cómo puedo ir al cielo?

Mu­chas per­so­nas pre­fie­ren no pen­sar en la eter­ni­dad. Esto lo ve­mos in­cluso en aque­llas que re­flexio­nan so­bre su pro­pio fin. La ac­triz esta­dou­ni­dense Drew Ba­rry­more, a los siete años in­ter­pretó un pa­pel prin­ci­pal en la pe­lí­cula de cien­cia fic­ción “E.T., el ex­trate­rres­tre”. Años más tarde, cuando te­nía 28 años (na­ció en 1975) ma­ni­festó lo si­guiente: “Si yo mu­riera an­tes que mi gato, en­ton­ces quiero que le den a co­mer mi ceniza. Así, al me­nos, sigo vi­viendo en mi gato.” ¿No es te­rri­ble esta ig­no­ran­cia y mio­pía frente a la muerte?

En los tiem­pos de Je­sús, mu­chas per­so­nas ve­nían a él. Sus pre­ocu­pa­cio­nes eran casi siem­pre de ca­rác­ter te­rreno:

  • Diez le­pro­sos que­rían ser sa­na­dos (Lc 17:13).
  • Cie­gos que­rían re­ci­bir la vista (Mt 9:27).
  • Uno bus­caba ayuda en un asunto de heren­cia (Lc 12:13-14).
  • Los fa­ri­seos ve­nían con la pre­gunta en­ga­ñosa, si de­bían o no pa­gar im­pues­tos a Cé­sar (Mt 22:17).

Muy po­cos ve­nían a Je­sús para sa­ber cómo ir al cielo. Un jo­ven rico vino a él con la pre­gunta: “Maes­tro bueno, ¿qué haré para po­seer la vida eterna?” (Lc 18:18). Je­sús le dijo lo que te­nía que hacer: Ven­der todo a lo que se afe­rraba su co­ra­zón y seguirle a él. Puesto que era muy rico, no si­guió el con­sejo y con ello re­nun­ció al cielo. Tam­bién hubo per­so­nas que sin bus­car el cielo, oye­ron de él e in­me­diata­mente aprovecharon la opor­tu­ni­dad. Za­queo de­seaba ver a Je­sús. Pero halló más de lo es­pe­rado. Cuando Je­sús le vi­sitó en su casa – to­mando un café, por así de­cirlo – en­con­tró el cielo. Je­sús cons­tató: “Hoy ha ve­nido la sal­va­ción a esta casa” (Lc 19:9).

¿Cómo en­con­tra­mos el cielo?

Des­pués de lo di­cho po­de­mos cons­ta­tar lo si­guiente:

  • El re­ino de los cie­los le en­con­tra­mos en un día de­ter­mi­nado y con­creto. Esto es bueno sa­berlo, por­que así hoy es po­si­ble que Usted, querido lector y que­rida lec­tora, pueda re­ci­bir la vida eterna con Dios.
  • El re­ino de los cie­los no se con­si­gue me­diante bue­nas obras.
  • El re­ino de los cie­los le po­de­mos en­con­trar des­pre­ve­ni­da­mente.

Nues­tros pro­pios con­cep­tos so­bre cómo ir al cielo son com­pleta­mente fal­sos, si no nos ba­sa­mos en las afir­ma­cio­nes de Dios. Una can­tante de mú­sica po­pu­lar cantó una vez en una can­ción so­bre un pa­yaso que tras mu­chos años de tra­bajo en el circo se re­tiró: “Se­guro que irá al cielo, por­que ha hecho de reír a mu­chas per­so­nas.” Una se­ñora re­clusa adi­ne­rada hizo cons­truir una casa de po­bres en la que po­dían vi­vir 20 muje­res gra­tuita­mente. Pero lo hizo bajo una con­di­ción: las muje­res te­nían que com­pro­me­terse a orar cada día una hora por la sal­va­ción del alma de la se­ñora.

Pero ¿qué es lo que ver­da­de­ra­mente nos lleva al cielo?

Para con­tes­tar con toda claridad a esta pre­gunta, Je­sús nos ha con­tado una pa­rá­bola. En el evan­ge­lio de Lu­cas (cap. 14:16) habla de un hom­bre (que en esta pa­rá­bola re­pre­senta a Dios) que quiere dar una gran cena (que sim­bo­liza el cielo en esta pa­rá­bola) y ha en­viado pri­me­ra­mente in­vita­cio­nes sólo a de­ter­mi­na­das per­so­nas. Las res­pues­tas son de­vasta­do­ras: “Y comen­za­ron to­dos a una a ex­cu­sarse. El pri­mero le dijo: He com­prado una hacienda... Y el otro dijo: He com­prado cinco yun­tas de bue­yes... Y el otro dijo: Acabo de ca­sarme, y por tanto no puedo ir.” Je­sús con­cluye la pa­rá­bola con el jui­cio del an­fi­trión: “Por­que os digo que nin­guno de aque­llos hom­bres que fue­ron lla­ma­dos, gus­tará mi cena.” (Lc 12:24).

Esto mues­tra que el cielo se puede ga­nar o per­der. El punto prin­ci­pal es acep­tar o re­cha­zar la in­vita­ción. ¿Hay algo más sen­ci­llo que esto? ¡Creo que no! Los mu­chos que se en­cuen­tren ex­clui­dos del cielo una vez, no lo se­rán, por­que no co­no­cie­ron el camino, sino por­que no acep­ta­ron la in­vita­ción.

Las tres per­so­nas de la pa­rá­bola no son un buen ejem­plo para no­so­tros, por­que ninguna de ellas acepta la in­vita­ción y va a la fiesta. En­ton­ces ¿se can­cela la fiesta? ¡No! Des­pués de las ne­ga­ti­vas, el an­fi­trión en­vía in­vita­cio­nes a to­das par­tes. Ya no im­prime tar­je­tas con can­tos do­ra­dos. Ahora es sólo una lla­mada “¡Ve­nid!” Y cual­quiera que se deja in­vi­tar re­cibe un lu­gar se­guro en la fiesta. ¿Y qué ocu­rre? Acu­den mul­ti­tu­des. Después de al­gún tiempo, el an­fi­trión hace un ba­lance in­ter­ino: ¡Que­dan aún si­tios li­bres! Y les dice a sus sier­vos: “¡Sa­lid otra vez y se­guid in­vi­tando!”

Ahora me gusta­ría apli­car esta pa­rá­bola a nues­tra vida, porque ésta es exac­ta­mente la si­tua­ción ac­tual. To­da­vía hay lu­gar en el cielo, y Dios te dice: “Ven, toma tu lu­gar en el cielo. Sé pru­dente y haz tu re­serva para la eter­ni­dad. ¡Y hazla hoy!”

El cielo es de una be­lleza in­con­ce­bi­ble, y por eso el Se­ñor Je­sús le com­para con una gran fiesta. En la pri­mera carta a los Co­rin­tios (cap 2:9) se dice al res­pecto: “Co­sas que ojo no vió, ni oreja oyó, ni han sub­ido en co­ra­zón de hom­bre, son las que ha Dios pre­pa­rado para aque­llos que le aman.” Nada, ab­so­luta­mente nada hay en esta tie­rra que pu­diese com­pa­rarse ni si­quiera un poco al cielo. ¡Tan ma­ra­vi­lloso será todo allí! No de­be­mos per­der­nos el cielo de nin­guna ma­nera, por­que es su­ma­mente precioso. Hay uno que nos abrió la puerta al cielo. Es Je­sús, el Hijo de Dios. A él se lo de­be­mos que sea tan fá­cil lle­gar allí. Ahora ya sólo de­pende de nues­tra vo­lun­tad. Sólo el que sea tan corto de mi­ras como los tres hom­bres de la pa­rá­bola re­cha­zará la invita­ción.

La sal­va­ción acon­tece a tra­vés del Se­ñor Je­sús

En los Hechos de los Após­to­les (cap 2:21) lee­mos un ver­sí­culo muy im­por­tante: “Todo aquel que in­vo­care el nom­bre del Se­ñor [Je­sús], será salvo.” Es una afir­ma­ción clave del Nuevo Tes­ta­mento. Es­tando en la cár­cel de Fi­li­pos, Pa­blo lo re­su­mió así hablando con el guarda: “Cree en el Se­ñor Je­su­cristo, y se­rás salvo tú, y tu casa” (Hch 16:31). Aun­que este men­saje era breve y con­ciso, fue fun­da­men­tal y te­nía el po­der para cam­biar vi­das. Esa misma no­che se con­vir­tió el car­ce­lero.

¿De qué nos salva Je­sús? Esto lo te­ne­mos que sa­ber sin falta: Nos salva del ca­mino que con­duce a la per­di­ción eterna, al in­fierno. La Bi­blia dice so­bre el cielo y el in­fierno, que las per­so­nas esta­rán allí eter­na­mente. El uno es glo­rioso, el otro es horro­roso. No existe un ter­cer lu­gar. Cinco mi­nu­tos des­pués de la muerte, na­die vol­verá a de­cir que con la muerte ter­mina todo. Todo se de­cide con la per­sona de Je­sús. Nues­tro des­tino eterno de­pende de una sola per­sona: ¡Je­sús – y nues­tra rela­ción con Él!

Cuando es­tuve en Polo­nia para una se­rie de confe­ren­cias que te­nía que dar allí, vi­sité el anti­guo campo de con­cen­tra­ción de Ausch­witz. Du­rante la Se­gunda Gue­rra Mun­dial acon­te­cie­ron en él co­sas horren­das. En­tre 1942 y 1944 fue­ron ase­si­na­das en las cá­ma­ras de gas más de 1,6 mi­llo­nes de per­so­nas, so­bre todo ju­díos, y luego quemadas. En la li­te­ra­tura se habla del “In­fierno de Ausch­witz”. Me puse a re­flexio­nar so­bre esta ex­pre­sión cuando una em­pleada nos en­se­ñaba una cá­mara de gas en la que mata­ban a 600 per­so­nas cada vez. Fue un horror in­con­ce­bi­ble. ¿Pero era eso real­mente el in­fierno?

No­so­tros, como grupo de vi­si­tan­tes pu­di­mos ver la cá­mara de gas, sólo por­que el te­rror ter­minó en 1945. Ahora to­das las ins­ta­la­cio­nes se pue­den vi­si­tar li­bre­mente y na­die es tortu­rado o en­ve­ne­nado allí. Las cá­ma­ras de gas de Ausch­witz te­nían ca­rác­ter temporal. El in­fierno de la Bi­blia, sin em­bargo, es eterno.

En la sala de en­trada de lo que hoy es el mu­seo me fijé en un cua­dro que mos­traba un cru­ci­fijo con el cuerpo de Cristo. Un pri­sio­nero había ras­pado con un clavo en la pa­red su es­pe­ranza en el cru­ci­fi­cado. Este ar­tista tam­bién mu­rió en la cá­mara de gas. Pero co­no­cía al Sal­va­dor Je­su­cristo. Aun­que mu­rió en un lu­gar tan horri­ble, el cielo es­taba abierto para él. Pero en in­fierno del cual el Se­ñor Je­sús nos ad­vierte tan en­ca­re­cidamente (p. ej. Mt 7:13; Mt 5:29-30; Mt 18:8) no hay sa­lida ni sal­va­ción, des­pués de que una per­sona ha lle­gado allí. Puesto que el in­fierno, al con­tra­rio de Ausch­witz, no deja de fun­cio­nar, ja­más po­drá ser vi­si­tado.

Pero el cielo tam­bién es eterno. Y este es el lu­gar a donde Dios nos quiere lle­var. Acepte por eso la in­vita­ción de ir al cielo. ¡In­vo­que el nom­bre del Se­ñor y re­sér­vese el cielo! Des­pués de una confe­ren­cia, una mu­jer me pre­guntó muy agi­tada: “¿Pero es que es po­si­ble re­ser­varse el cielo? Esto me suena a ofi­cina de via­jes.” Le di la ra­zón: “El que no hace la re­serva, no llega al des­tino. Si us­ted quiere ir a Hawaii ne­ce­sita un bi­llete con­fir­mado.” Me vol­vió a pre­gun­tar: “Pero el bi­llete del avión hay que pa­garle ¿no?!” – “¡Sí, el bi­llete al cielo tam­bién! Pero es tan caro, que na­die de no­so­tros lo puede pa­gar. Es nues­tro pe­cado el que lo im­pide. Dios no to­lera nin­gún pe­cado en el cielo. La per­sona que des­pués de esta vida quiera pa­sar la eter­ni­dad con Dios en el cielo, pri­me­ra­mente tiene que ser li­brado de su pe­cado. Sólo una per­sona sin pe­cado po­día con­se­guir esta li­be­ra­ción – y esa per­sona es Je­su­cristo. Sólo Él po­día pa­garlo. Y ha pa­gado con su san­gre, por su muerte en la cruz.”

¿Y ahora qué tengo que hacer para ir al cielo? A no­so­tros tam­bién Dios nos in­vita a ser sal­vos. Mu­chos pa­sa­jes en la Bi­blia nos in­vi­tan con in­sis­ten­cia a res­pon­der a la lla­mada de Dios:

  • “Es­for­zaos a en­trar por la puerta an­gosta” (Lc 13:24).
  • “Arre­pen­tíos, que el re­ino de los cie­los se ha acer­cado” (Mt 4:17).
  • “En­trad por la puerta es­tre­cha: por­que an­cha es la puerta, y es­pa­cioso el ca­mino que lleva a per­di­ción, y mu­chos son los que en­tran por ella. Por­que es­tre­cha es la puerta, y an­gosto el ca­mino que lleva a la vida, y po­cos son los que la hallan” (Mt 7:13-14).
  • “Echa mano de la vida eterna, a la cual asi­mismo eres lla­mado” (1 Tim 6:12).
  • “Cree en el Se­ñor Je­su­cristo, y se­rás salvo” (Hch 16:31).

Todo esto son in­vita­cio­nes muy in­sis­ten­tes que nos quie­ren des­per­tar. Los tex­tos trans­mi­ten se­rie­dad, de­ci­sión y ur­gen­cia. Por lo tanto, es algo de lo más ra­zo­na­ble respon­der a esta in­vita­ción al cielo con una ora­ción, que for­mu­lada li­bre­mente po­dría de­cir más o me­nos lo si­guiente:

“Se­ñor Je­sús, hoy he leído que al cielo puedo ir sólo a tra­vés de ti. Mi de­seo es es­tar con­tigo en el cielo. Por fa­vor, sál­vame del in­fierno, el cual me­re­ce­ría a causa de mis pe­ca­dos. Por tu gran amor hacia mí mo­riste tam­bién por mí en la cruz pa­gando allí por mis pe­ca­dos. Tú ves toda mi culpa – desde mi ju­ven­tud. Co­no­ces cada pe­cado, todo de lo que ahora soy cons­ciente, pero tam­bién todo aque­llo que yo ya he ol­vi­dado. Tú co­no­ces todo im­pulso de mi co­ra­zón. De­lante de ti soy como un li­bro abierto. Tal como soy no puedo ir al cielo con­tigo. Por eso te pido que me per­do­nes mis pe­ca­dos, por los cua­les siento mu­cha pena y me arre­piento. En­tra tú ahora en mi vida y haz nue­vas to­das las co­sas. Ayú­dame a de­jar todo lo que no es co­rrecto de­lante de ti y con­cé­deme nue­vas cos­tum­bres que es­tén bajo tu ben­di­ción. Dame aceso a tu Pala­bra. Ayú­dame a com­pren­der lo que quie­res en­se­ñarme y dáme un co­ra­zón obe­diente, para que haga lo que te agrade. A par­tir de ahora queiro que tú seas mi SEÑOR. Quiero se­guirte y te pido que me mues­tres el ca­mino a an­dar en to­dos los ám­bi­tos de mi vida. Gra­cias por haber oído mi ora­ción y por el hecho de que ahora soy un hijo de Dios que un día esta-rá con­tigo en el cielo. Amén.”

Prof. Dr. Wer­ner Gitt